Durante este periodo los sucesivos gobiernos intentaron hacer progresar el país con reformas y medidas más igualitarias para todas las clases trabajadoras. Se intentaron llevar a cabo reformas de toda índole en distintos sectores. Algunas, como la reforma agraria entraba en conflicto con los sectores conservadores causando más crispación y enfrentamiento social. A pesar de esto ninguno de estos cambios se llevó a cabo y no se llegó a conseguir ningún progreso en estos temas.
La búsqueda de los anarquistas y de los comunistas de la destrucción del Estado no facilitaba nada la situación a la República. La libertad y la igualdad eran derechos que estaban en el papel pero que no se reflejaban en la realidad debido a estos enfrentamientos entre anarquistas y comunistas por un lado y cedistas por otro, en el que más tarde entrarían falangistas por los atentados sufridos a causa de los primeros. Estos atentados solo causaban muerte y desolación y una espiral de violencia creando una importante paradoja del derecho de libertad, en este caso de expresión, por ambas partes.
En 1934 los sectores revolucionarios no aceptaron la victoria cedista de noviembre del año anterior sublevándose en la Revolución de Asturias lo que desautorizaría la virtud democrática de este sector que ellos mismos reconocían, lo que buscaban era la destrucción del Estado. En las elecciones de 1936, el turno de no aceptación democrática fue para los sectores conservadores del ejército provocando que el 18 de julio de ese mismo año se sublevaran los oficiales Sanjurjo y Mola — a la que más tarde se uniría Franco — en un levantamiento con caracter de golpe de Estado que no triunfó por igual en toda la península provocando una intensa guerra civil que duraría hasta 1939.
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 arrojaron, en el momento de la proclamación del nuevo régimen, unos resultados parciales de 22.150 concejales monárquicos y apenas 5.875 antimonárquicos, quedando 52.000 puestos aún sin determinar. Pese al mayor número de concejales monárquicos, las elecciones suponían a la Corona una amplia derrota en los núcleos urbanos: la corriente antimonárquica había triunfado en 41 capitales de provincia. En Madrid, los concejales republicanos triplicaban a los monárquicos, y en Barcelona los cuadruplicaban. Si las elecciones se habían convocado como una prueba para sopesar el apoyo a la monarquía y las posibilidades de modificar la ley electoral antes de la convocatoria de Elecciones Generales, los partidarios de la república consideraron tales resultados como un plebiscito a favor de su instauración inmediata.
Alfonso XIII abandonó el país sin abdicar formalmente y se trasladó a París, fijando posteriormente su residencia en Roma. En enero de 1941 abdicó en favor de su tercer hijo, Juan. Falleció el 28 de febrero del mismo año.
Las buenas intenciones de la República se enfrentaron con la cruda realidad de una economía mundial sumida en la Gran Depresión, de la que el mundo no se recuperó hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En términos de fuerzas sociales, la Segunda República surgió porque los oficiales del ejército no apoyaron al rey, con el que estaban molestos por haber aceptado éste la dimisión de Primo de Rivera, y a un clima de creciente reivindicación de libertades, derechos para los trabajadores y tasas de desempleo crecientes, lo que resultó en algunos casos en enfrentamientos callejeros, revueltas anarquistas, asesinatos por grupos extremistas de uno u otro bando, golpes de estado militares y huelgas revolucionarias.
En España la agitación política tomó además un cariz particular, siendo la Iglesia objetivo frecuente de la izquierda revolucionaria, que veía en los privilegios de que gozaban una causa más del malestar social que se vivía, lo cual se tradujo muchas veces en la quema y destrucción de iglesias. La derecha conservadora, muy arraigada también en el país, se sentía profundamente ofendida por estos actos y veía peligrar cada vez más la buena posición de que gozaba ante la creciente influencia de los grupos de izquierda revolucionaria. Desde el punto de vista de las relaciones internacionales, la Segunda República sufrió un severo aislamiento, ya que los grupos inversores extranjeros presionaron a los gobiernos de sus países de origen para que no apoyaran al nuevo régimen democrático, temerosos de que las tendencias socialistas que cobraban importancia en su seno, terminaran por imponer una política de nacionalizaciones sobre sus negocios en España.
Para comprender esto es clarificador saber que la compañía Telefónica era un monopolio propiedad de la norteamericana "International Telephone and Telegraph" (ITT), que los ferrocarriles y sus operadoras estaban fundamentalmente en manos de capital francés, y que las eléctricas y los tranvías de las ciudades pertenecían a distintas empresas (mayormente británicas y belgas).
La consecuencia fue que no hubo una sola nacionalización durante el periodo republicano (sí hubo durante el franquismo), pero sin embargo el respaldo de las potencias fascistas alentó a muchos generales conservadores para que planificaran insurrecciones militares y golpes de estado. Sus intenciones se materializarían primero en la Sanjurjada de 1932 y en el fallido golpe de 1936, cuyo resultado incierto desembocó en la Guerra Civil Española. Por su parte, las democracias occidentales, temerosas de una dura guerra contra Alemania, no apoyaron al régimen legítimo de la nación española, salvo en coyunturas muy específicas, lo que no sirvió, en última instancia para evitar la Segunda Guerra Mundial.
Himno de la Segunda República
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